Cuando tenía 14 años me sentía muy incómoda con mi cuerpo, quería bajar de peso pero no sabía cómo. Por supuesto en esa época todavía estaban muy de moda —y totalmente validadas— las dietas restrictivas, así que como muchas mujeres empecé una y luego otra y otra porque me parecía lo normal. Sin darme cuenta, desarrollé un desorden en mi alimentación que años más tarde provocó que terminara internada en una clínica de rehabilitación porque la enfermedad estaba fuera de control.
Mi recuperación fue un proceso de altas y bajas, me costó tiempo aceptar la ayuda además de que me aterraba subir de peso, era como si realmente fuera lo peor que me pudiera pasar. Pero no me quedó de otra, tuve que soltar por completo el control y dejarme guiar, aprender a lidiar con mi ansiedad y balancearme, romper los ciclos de restricción y atracones, fue lo más difícil. También fue muy duro entender y reconocerme como una Persona Altamente Sensible (PAS) que necesita de herramientas para aprender a lidiar constantemente con sus emociones.
Con el tiempo aprendí que en realidad los desórdenes de alimentación tienen una raíz emocional, que la comida y las obsesiones son solo el reflejo de lo que sucede internamente, por lo que supe que no solo era importante sanar el vínculo con la comida, sino trabajar a nivel profundo, en mis heridas, en mi historia y en mis relaciones interpersonales.
En todo eso tardé poco más de un año y cuando estuve lista me ayudaron a reintegrarme socialmente. Para que eso sucediera, entre otras cosas me ofrecieron participar como voluntaria además de paciente en algunas actividades. Así llegué a la conclusión de que estudiar psicología era una opción para mí y el resto ya es historia.
Ese es mi recorrido y experiencia personal, pero como yo hay muchísimas personas que antes o después desarrollan un TCA por múltiples factores. En México se registran más de 20,000 casos anuales, siendo uno de los principales el trastorno alimentario compulsivo, donde la persona tiene episodios de atracones con la sensación de perder el control.
Desafortunadamente, durante 2021 hubo un incremento en desórdenes alimenticios provocado por el estrés y ansiedad que causó el confinamiento, incluso hubo quienes por primera vez experimentaron la sensación de comer por ansiedad; lo peor es que se registraron muchas recaídas en personas que ya se habían recuperado de un TCA.
La gravedad del asunto recae en que los desórdenes de alimentación tienen 2 tipos de consecuencias sumamente profundas: las físicas y las emocionales. Por un lado podemos desarrollar padecimientos como amenorrea, gastritis, anemia, colitis, hernias, arritmias o afectaciones en la tiroides, por mencionar algunas. Por el otro, impactan de manera importante en la autoestima y aumentan el riesgo de padecer ansiedad o depresión.
En la mayoría de los casos una relación disfuncional con la comida empieza con una dieta restrictiva como las que yo solía hacer, conducida por la desesperación de controlar la comida y lograr bajar de peso pero también hay que entender que es importantísimo lograr ver el origen del desorden, lo que lo impulsa y le da fuerza.
Pueden ser muchos motivos: presión social, disfuncionalidad familiar, maltrato psicológico, abuso, una alta sensibilidad mal manejada, entre otros. Ubicar el origen del problema es un paso vital en la recuperación porque lo que buscamos en las dietas es una solución inmediata a la sensación con la que no estamos pudiendo lidiar.
Afortunadamente hay herramientas que nos ayudan a sanar nuestra relación con la comida además de interiorizar los motivos, solo es cuestión de desarrollarlas. En mi camino de recuperación y hoy como terapeuta, puedo asegurar que practicar las siguientes es vital para lidiar con la compulsión en la alimentación:
Con éstas y otras herramientas personalizadas te firmo: la recuperación ES POSIBLE. Requiere compromiso y disciplina, sí, pero te aseguro que se puede vivir una vida libre de obsesiones y aceptación física. Hacerlo te permitirá desarrollar tu verdadero potencial, y aprovechar y disfrutar cada minuto además de lo mejor: estar llen@ de vida.
Como decíamos entre nosotr@s l@s intern@s cuando estábamos en la clínica: pongo mi mano en tu mano, junt@s sí podemos.